Nuestros niños y niñas han sido y siguen siendo los grandes olvidados en este tiempo de pandemia. España ha sido uno de los pocos países que prohibió, durante el estado de alarma, su salida a la calle, con la consiguiente privación de algunos de los fundamentales nutrientes para su crecimiento armónico: el contacto con la naturaleza, el movimiento al aire libre y la pérdida del contacto repentino con sus amigos y profesoras del colegio. Todo ello mientras un aluvión de noticias desesperanzadoras irrumpían en la televisión, la incertidumbre y el miedo reinaba en muchos de sus cuidadores y las rutinas dejaban de ser lo que organizaba y ordenaba un día normal en sus vidas.

La normalidad nunca se llegó a recuperar cuando hace poquito tuvieron que pasar por un segundo asalto, el de volver al cole, el empeoramiento de la situación y la amenaza constante de un segundo confinamiento o confinamientos parciales tras el positivo de algunos de sus compañeros de clase. Hasta que finalmente nos encontramos en medio de lo que será la segunda ola de esta pandemia y estamos a las puertas de revivir nuevamente la misma historia. Lo que puede ocasionar una «retraumatización» en muchos menores y familias.

Nuevamente este país vuelve a tener las medidas más restrictivas con los y las menores, privándoles a muchos del movimiento en los recreos, teniendo que llevar la mascarilla todo el día, durante más de seis horas, mientras se les controla constantemente para que no tengan contacto unos con otros, lo que es antinatura para una etapa evolutiva donde lo primordial es la conexión.

Sin duda esto es un impacto para ellos y ellas y si bien están demostrando que son maravillosos y maravillosas adaptándose a nuevos escenarios, para muchos su principal pilar vuelve a desmoronarse: la seguridad.

Pero….

¿Cómo darles seguridad en medio de un mundo que nuevamente vive la incertidumbre y el miedo?

Seguridad en la escuela:

Es imprescindible adaptarse a las nuevas necesidades y ello supone anteponer y priorizar no solo el bienestar físico, también el bienestar emocional por encima de las exigencias del currículum académico.

El cerebro de un niño a niña tiene que percibir que su entorno es seguro para poder activar todos sus recursos ejecutivos (aún en desarrollo). Es decir si me siento ansioso y nervioso tengo organizado todo mi sistema para luchar ante lo que percibo como inseguro. Si me siento bien y tranquilo tengo enfocados todos mis recursos para aprender.

Así siento, así atiendo, así aprendo.

“Un estrés crónico debilita las funciones propias de la corteza prefrontal, lo que tiene una consecuencia directa en las facultades intelectuales y de aprendizaje”.

Daniel Goleman.

En un momento en el que hay estrés, desconocimiento y cambio se torna imprescindible enfocarse en la regulación emocional para preparar al alumnado para el aprendizaje de nuevos contenidos. ¿Cómo?

  • Autocuidado y autorregulación del educador: El principal regulador de la emoción en la infancia es un adulto tranquilo y regulado que sepa percibir sus necesidades emocionales. La propuesta va dirigida a la reflexión por parte de los educadores sobre cuál es su estado emocional en el aula, debido a esta situación. La gestión del propio estrés facilitará la conexión con el menor para diferenciar cuando está preparado para aprender o cuando es necesario darle confianza y seguridad para regular su sistema. Aquí entra la importancia del autocuidado del profesional para cuidar y educar en la seguridad.
  • Dar seguridad por medio de la información: Dar seguridad también es prever e informar de todos los cambios y situaciones que vayan ocurriendo en el día a día con el suficiente tiempo como para que los niños sepan lo que va a ocurrir y lo que no va a ocurrir en los próximos momentos o días.
  • Respeto a cada proceso y ritmo: Cada niño y niña tiene un tiempo de adaptación y muchos vienen de vivir situaciones difíciles en sus casas y sus Sistemas Nerviosos están en constante alerta y necesitan paciencia, conexión y compresión. Es importante ser flexibles y respetuosos, sobre todo con los más pequeños, en el cumplimiento de las medidas. En muchos casos no será posible controlar en todo momento el uso de las mascarillas, el no contacto, el lavarse las manos constantemente. El constante señalamiento y la alerta de contagio puede potenciar los estados ya activados de miedo o iniciarlos.
  • Una mirada de compresión ante determinados comportamientos: Entender que ciertos comportamientos pueden ser una muestra del estado emocional interno. Ver el “portarse mal” como un “me siento mal, tengo miedo, me siento inseguro, me cuesta adaptarme a la nueva situación», etc. La interpretación que hagamos de lo que vemos va a influir directamente en cómo actuemos ante ello. Preguntar por cómo se sienten, si necesitan ayuda, si necesitan más tiempo, si necesitan contar lo que les preocupa, etc. puede ayudar a informaros de sus verdaderas necesidades.
  • Un espacio para la expresión de sus emociones: Dedicar espacios de juego adaptados a cada edad para la expresión y gestión de las emociones, juegos sobre expresión y movimiento corporal o de relajación y mindfulness son imprescindibles para descargar posibles tensiones y preocupaciones.
  • Comunicación afectiva y respetuosa: Usar un lenguaje no verbal respetuoso, que transmita calma y seguridad. Los niños son muy sensibles a este tipo de lenguaje y determinados gestos, tonos de voz o miradas afectar directamente a su estado emocional impidiendo que llegue el mensaje que se quiere transmitir. Escuchar con atención y evitar juicios.

Seguridad en la familia:

La seguridad de los adultos de la familia se ha visto alterada en muchos aspectos: salud, economía, conciliación, a nivel social, familia, etc. Es importante ser conscientes de nuestro estado emocional ante esta situación y cómo lo gestionamos y cuánto influye en nuestro estilo de crianza, dado que los niños son muy sensibles a los estados emocionales de sus cuidadores principales y sus cuerpos pueden percibir el estrés, la ansiedad y el miedo de los adultos que tienen a su alrededor.

  • Cuidarse para cuidar: Reservar un tiempo para la observación y regulación de vuestras propias emociones. Cuidarse para cuidar.
  • Observación del comportamiento: Antes de reaccionar ante determinados comportamientos aseguraros de que éstos no sean el reflejo de sus propias preocupaciones y de dificultades para adaptarse a ésta situación. Ciertos síntomas pueden darnos pistas de que en los cuerpos de los niños hay una realidad que no está siendo contada, ni atendida: dificultades para conciliar el sueño, sueño interrumpido, comportamientos regresivos (pataletas, dificultades para el control de esfínteres…etc), síntomas somáticos (quejas de dolores de cabeza, dolores de tripa…etc), negación de ir al colegio, dificultades de atención y concentración entre otras.
  • Comunicación afectiva y presencia: Estos son las dos herramientas más potentes para ofrecer seguridad. Nuestro cerebro solo puede estar de dos maneras, en modo miedo o en modo seguridad. Para que el cerebro de un niño capte su ambiente como seguro necesita percibir que sus cuidadores principales están presentes y abiertos para consolar, limitar, regular y cubrir las necesidades emocionales en una etapa dependiente y vulnerable. Y esto se percibe por medio de la validación de sus emociones mediante una comunicación no verbal afectiva (gestos, miradas, tonos de voz) y la utilización de palabras respetuosas.
  • Todo pasará: Sabemos que esto va a ser cuestión de un tiempo limitado y aunque haya incertidumbre constante sobre cómo será el proceso y cuando durará, lo que tenemos seguro es que acabará y no va a durar para siempre. La confianza interna y externa, la esperanza y enfocarse en el aprendizaje que nos llevamos en el camino, son actitudes resilientes.
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