Como ya os habíamos adelantado en artículos anteriores, el juego es una actividad libre y placentera, que enriquece y favorece el desarrollo de nuestros niños y niñas. El juego se convierte en un “puente” que conecta el mundo interno del niño y el mundo externo que le rodea. ¿Alguna vez has tenido la sensación de “mi hijo/a solo juega cuando va a terapia, o como profesional has pensado “solo estoy jugando y tengo la sensación de que no estoy haciendo nada”?
Al igual que en otros ámbitos, en el espacio terapéutico, el juego tiene la misma importancia y valía. Sigue leyendo para descubrir por qué.
- El juego como lenguaje: en la terapia el juego adquiere un papel fundamental, ya que permite a niños y niñas comunicar sin palabras estados emocionales internos. Les permite expresar emociones, resolver conflictos internos, representar situaciones vividas y explorar nuevas formas de relacionarse con el entorno. A través de distintas dinámicas lúdicas, se puede observar y comprender el mundo interno infantil, facilitando la comunicación incluso cuando las palabras no fluyen con facilidad.
- El juego como herramienta de evaluación: el juego se convierte en una herramienta para obtener información relevante sobre el mundo interno de cada niño. Se observa cómo la persona interactúa, responde a desafíos, expresa emociones y resuelve situaciones planteadas en un entorno seguro y no amenazante. El juego permite que el terapeuta detecte habilidades, dificultades y estilos relacionales, y posibles indicadores de malestar emocional o conflictos no verbalizados. Asimismo, el uso de materiales simbólicos, muñecos, construcciones o juegos de reglas da la oportunidad de valorar aspectos cognitivos, sociales y afectivos de manera global e integrada, adaptando cada dinámica a cada niño.
- El juego como medio para establecer el vínculo terapéutico: el primer contacto entre terapeuta y niño/niña mediante el juego posibilita que niños y niñas se sientan en un espacio seguro, al ver en el terapeuta una figura cercana que se involucra en el mundo interno del niño. El terapeuta se convierte en un acompañante activo que participa, observa, valida y contiene, con presencia y escucha. Este ambiente de confianza fomenta la apertura y permite una relación y vinculación terapéutica, donde el juego sirve como canal para construir puentes. Tras esta vinculación el niño interpreta que se encuentra en un espacio seguro, donde es posible explorar y experimentar sin temor al error.
- El juego como canal de intervención y reparación emocional: el juego favorece la resiliencia en la infancia. Cuando se integran dinámicas lúdicas en el proceso terapéutico, se ofrece la oportunidad de ensayar nuevas respuestas ante situaciones difíciles y/o dolorosas. De este modo, el juego se convierte en un espacio seguro para la experimentación y el crecimiento, donde se fortalece la confianza en sí mismos y se refuerzan sus recursos internos, facilitando la elaboración de vivencias traumáticas o complejas. A través de la representación, la repetición y la transformación de escenas, los niños pueden resignificar experiencias dolorosas, dotándolas de sentido y aliviando la carga emocional asociada. El terapeuta, con su presencia atenta y su comprensión, acompaña este proceso respetando los ritmos y los límites que el propio juego va marcando.
En definitiva, el juego en el contexto terapéutico va mucho más allá de ser una simple actividad lúdica: se convierte en un lenguaje propio, una vía de conocimiento y reparación, y la base para establecer un vínculo entre el niño y terapeuta. Al reconocer y valorar el juego como herramienta esencial, se favorece el bienestar emocional y se potencia el desarrollo integral, permitiendo a cada niño o niña descubrir sus propios recursos y crear nuevo para afrontar los desafíos de la vida desde la confianza.
Carla Franco
Psicoterapeuta infantil y juvenil en NaSer Psicología